Escombros


Foto de Don McCullin

Foto de Don McCullin

Escombros. Paredes ahumadas, esqueletos de ladrillos, fantasmas de cemento. Una franja de decenas de kilómetros de edificios mutilados, campos olvidados, dan la bienvenida a los mínimos viajeros que se adentran en el Líbano desde la costa sur de Siria, ese paso fronterizo que Israel bombardeó hace apenas un par de años. El Mediterráneo se asoma a un territorio devastado por décadas de Guerra. Pronto se reconocen las rodadas de los carros blindados. Un camión transporta soldados. Uno porta un bazuca. El estremecedor convoy se alarga con vehículos anfibios, tanquetas ligeras, jeeps defendidos con ametralladoras y una ambulancia. Unos kilómetros más al Sur el embotellamiento se entiende al traspasar un control rutinario. Un coche con matrícula siria, amigo para unos y enemigos para los demás, como casi todo en esta tierra, está parado en la cuneta. Ocho kalashnikov apuntan a dos hombres esposados mientras un perro olfatea el maletero. Un día antes siete detenidos de Al Qaeda se habían fugado de una cárcel cercana. «No os preocupeis, ahora está todo tranquilo», balbucea en inglés nuestro taxista. «Pero en Siria se está mejor. Libano Bad, Libano Bad», puntualiza dejando clara su nacionalidad.

En Tripoli, Trablos en árabe, es jornada de fiesta. Faltan pocos días para el Ramadán y, como anticipo, un alto cargo estatal inaugura la restaurada mezquita. Alrededor se repite la secuencia de película de acción. Los ojos se afilan ante los turistas. Todo rostro desconocido se escruta con desconfianza. «Estamos aquí para defenderos», asiente sin hacernos pensar lo contrario un joven policía en su Espanblasinglis aprendido en Paraguay, donde trabajó con su tío. «Con la última guerra volví para ver cómo estaba la familia. Pronto me volveré. La cosa está tranquila». Su destacamento vigila la ciudadela, fuerte cruzado y ahora atractivo turístico parcheado, donde los Hummer blindados se apuestan en la puerta garabateada por los mamelucos y los soldados se apartan para no salir en las fotos. Dentro de las murallas es evidente que guardan sus armas, hay un arsenal.

Premio World Press Photo // Spencer Platt

Premio World Press Photo // Spencer Platt

Nuestro hotel de Beirut no se avergüenza de sus heridas. La ventana de la segunda planta está retorcida por una explosión y los agujeros de bala aparecen en el techo como estrellas en el cielo. Nadie se ha preocupado en taparlos. Los propietarios, si no hay sitio, acomodan a los mochileros en los balcones por cinco dólares la noche. Cerca se adentra una zona de restaurantes y bares para extranjeros y «vips» libaneses. Tierra cristiana. Tierra de lujos. Dos Ferraris cruzan derrapando la noche. Los tacones altos acorralan al hiyab. La Línea Verde, la pasarela de fuego que resquebrajaba Beirut en dos, la musulmana y la cristiana en la Guerra Civil (1975-1990), pasa al lado de edificios sin camuflaje, acribillados, al borde del derrumbe, tapiados los boquetes de obuses, cementerios de guerra.

El Holliday Inn de Beirut

El Holliday Inn de Beirut

Bajar la calle es subir al cielo. La modernidad del cristal y el hormigón aparece como si fuera una alfombra que esconde debajo el polvo y la miseria, el downtown de Beirut se eleva en rascacielos occidentales para cubrir la destrucción de su cara oriental. Las marcas estadounidenses y árabes se utilizan como pegatinas para anunciar la nueva modernidad. Los Dunkins Donuts, los Starbucks o los McDonalds se apilan a cada lado de las avenidas delineadas por el dinero del Banco Mundial, donde los edificios históricos se han rejuvenecido con el botox ingeniero y los bulldozers han exterminado los restos del polvo de desierto para abrir un «París» de lujosas tiendas de nombre italiano. Los inmigrantes limpian las impolutas aceras, donde reposan todoterrenos de gran cilindrada o coches de chapa norteamericana encauzados por las barricadas de los militares. Un cartel del maratón de Beirut reza el eslogan «unidos corremos todos». En ese trozo de ostentación solo corren unos pocos. Los otros se concentran en los barrios circundantes. En los del Sur, donde resuena el canto del Corán y la tela oculta la carne femenina, gobierna Hezbolá, el bloque chií apoyado por la suní Siria e Irán, que apunta sus cohetes hacia Israel, el odio común. En la gran mezquita que mandó construir en mitad de su plan de reconstrucción (llamado Solidere) descansa el multimillonario Rafiq Hariri, el primer ministro que elevó al Líbano de sus cenizas o el mayor especulador para otros, asesinado por una bomba de fábrica siria en un lujoso club de playa hace cuatro años. Las fotos con su cara completan las fachadas de los edificios. Ninguna cuelga del Holliday Inn, antiguo nido de francotiradores, sombra del infierno que destapa la mentira y avisa del riesgo de que los rascacielos se conviertan en escombros.

~ por sraly en 24 agosto 2009.

Una respuesta to “Escombros”

  1. Puntos, puntos, puntos, más puntos!

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