Como todos los domingos


No le costaba nada levantarse. Saltaba al primer ring del despertador. Disciplinado, como le habían educado, esta vez tardó unos segundos en incorporarse al notar una molesta inflamación dentro de su ropa interior. Había pasado la noche dando vueltas, sudando impaciente hasta el amanecer. Miró a su lado. Por suerte su mujer seguía dormida pese a sus sacudidas, acostumbrada a nacer a los domingos después de su marido. Adormecido su pene, se despertó para completar su rutina. Se duchó aunque sabía que poco después estaría sudando. Las gotas que caían de su cuerpo desnudo, fibroso, perfilado en un gimnasio privado para ejecutivos, señalaban el trayecto del baño a la sala que habían convertido en vestidor. Mientras se ajustaba los calcetines deportivos de la última y exclusiva campaña de Nike, comprobó que el silencio gobernaba en la segunda planta, que sus tres hijos dormían todavía. Tomó la camiseta transpirable que le había regalado su mujer aún sorprendida de su nueva afición de los últimos diez meses y eligió unos pantalones cortos y ligeros de la misma marca y similar color. Con una lazada doble, que recordó le había enseñado un joven sacerdote que le dio clase en los Marianistas, ajustó las zapatillas de diseño y con tacos mixtos que esta mañana estrenaba.

Se dirigió como acostumbraba calle abajo. Pronto abandonó la urbanización y circundó la rotonda que daba acceso al paseo marítimo. El sol se derretía en el horizonte derramando su líquido resplandor sobre el océano. Solo percibió la presencia de unos ciclistas a una centena de metros. Se percató que no le vieron cuando aceleró el ritmo al cambiar de rumbo y penetró en el pinar que se extendía en una antigua zona militar sin edificar. Sabía el camino de memoria. En un escondido recodo, lejos de las miradas, se paró como hacía todos los domingos a la misma hora. Apenas llevaba diez minutos de trote, pero su corazón latía a punto de estallar. Él no había llegado, como siempre le hacía esperar. Justo a y media apareció a su espalda. Al notar el ruido de sus pasos, la erección hizo aparecer su excitado miembro por debajo del pantalóncito de tela. No hablaron. Nunca lo hacían. Él se agachó y agarró con fuerza su curioso pene e inició una profunda y húmeda felación cuya cercanía le había desvelado aquella madrugada. Aguantó el bramido del orgasmo al derramarse en su boca en apenas unos minutos. Él no se quejó. Intercambiaron una mínima mirada como habían acostumbrado a despedirse desde su primer contacto hace diez meses y deshizo sus pasos hacia el paseo marítimo. Vio en un reloj comercial que ya eran las nueve. Tenía que acelerar la carrera. Su mujer ya estaría bañando a los niños antes de acudir en familia a misa, como todos los domingos.

~ por sraly en 15 septiembre 2009.

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